1 feb 2007

El mundo está lleno de ‘haches’…
Y la ‘hache’, muy a pesar de lo que aseveran varios,….es vana e inútil. El mundo está lleno de ‘haches’ sí, pero no sólo en el diccionario, en la revista del corazón que vichamos al paso, enchufados, camino a la facultad…Hay ‘haches’ en los carteles, en los catálogos de ofertas im-per-di-bles, en la cartita que dejamos para avisar que vamos a llegar tarde porque nos fuimos a lo de aquél… Perdón, hay haches en el sms,..Lo de la cartita se me escapó…perdónen el arrebato obsoleto y demodé…no va a volver a pasar…
Escribimos con las ‘haches’, porque eso es lo que nos enseñaron…porque es como tiene que ser…Al fin y al cabo, los años de dictados non-stop de la escuela no pasan en vano. Y pobre del que, en sus ya mozos años de adolescencia no haya apre(he)ndido, justamente, a escribir ‘haya’, y peque con un ‘alla’, ‘aya’, o el tan bestial como corriente ‘hiba’. A nadie se le cruza por la cabeza prescindir de esa letrita…O capaz que sí, pero no creo que supere los límites de una correspondencia informal, efímera,(en papel, virtual o celulítica)…Me juego la cabeza a que no hay ni un “multi-loco”, idnie-under, que se haya animado a mandar su CV diciendo que se llama Oracio. Ná. Pero, hete aquí que si el mismo (H)Oracio, “multi-loco”, indie-under, se cruza en una reunión social con algún (h)ombre que, o(h) casualidad, justo anda buscando un señorito como (H)Oracio para emplear en su brand new Pymes*, y le pregunta cómo se llama y dónde vive y algo más….y nuestro protagonista respondiese que se llama (H)Oracio, y que vive en la calle Las (H)Eras….Y se entendrían. Y todos felices. Y capaz que hasta conseguiría el laburo…o no…Pero bueno, esto ya pertenecería a otro capítulo, de otra historia, de otro post (¿?)…Nah, don’t panic…No creo que Oracio merezca un post exclusivo. Si la hache no se escucha, ni siquiera se menciona en las conversaciones,…si lo que importa cuando conocés a alguien son los ojos, la boca y más que nada el cerebrillo,…¿para que caranchos, después, tenemos que adornar el papel y los pensamientos con adiciones estúpidas, que nos vienen, nada más y nada menos de la tradición de añejos usos y costumbres, …de cosas que nos enseñaron a mirar de una única, unidireccional y monocorde manera? La usanza, lo que le dicen, decimos. El punto (si es que de verdad tenía uno cuando empecé a teclear…) es que la vida está llena de cosas tan absurdas pero aparentemente necesarias como la hache…. Cosas que, muchísimas veces, ni siquiera pensamos en descartar de nuestra diaria…No voy a empezar a enumerar porque podría estar un buen rato, y aparte es relativo; cada uno sabrá qué le sobra y qué no…Material o inmaterial, animado o inanimado..tenga la forma o el color que tenga,..son varias las cosas de que podríamos descartar,..o por lo menos podríamos reflexionar acerca de su (in)utilidad respecto a nuestra vida, pero, como la reglamentadísima y vestusta ‘h’, aceptamos, respetamos y perpetuamos sin más. Muchas cosas pueden ser ‘haches’. Muchas causas defendidas por banderas son ‘haches’. Muchas actitudes y hábitos también pueden ser ‘haches’…gestos, maneras, palabras, tonos de voz de algunos para con muchos que ya están legitimados…¿porqué? Ni idea. Figúrense que si estoy aca,…divagando acerca del uso –real y metafórico- de la ‘h’ no me da la azotea para esbozar un breve esquema de la aceptación del destrato cada vez más sutil como innecesario y prescindible que se reproduce a la velocidad de la luz en la sociedad occidental contemporánea. Y aunque quisiera tampoco podría, porque, al igual que lo que me pasa cada vez que uso la ‘h’….es algo que tengo tan interiorizado, algo a lo que estoy taaaan acostumbrada, que, cómo buen animal social que soy, como buena ovejita mortal en este puto gran, gran rebaño en el que canto, bailo, salto, lloro y me divierto no podría erradicar de mi modus operandi. Uso la ‘h’ aunque sé que es al pedo;..digo algunas cosas bastante ‘h’ –que evidentemente, son comentarios al pedo…Ah, y también, dos por tres me compro cosas ‘h’. *** Lo que me preocupa un poquitín bastante, es cómo cada vez nutrimos la propagación de los elementos ‘h’ en el mundo. *** y por más que pienso, no se me ocurren cosas para hacer…O capaz que sí, pero de las que aparecen en mi cabeza (con onomatopeya ‘pop!’ mediante, claro) quedan ahí, juntando polvo en algún estante de la cisura de Rolando o la de Silvio…porque sencillamente, me cuesta luchar contra las cosas ‘h’, las cosas aceptadas, legitimizadas pero inútiles, El mundo está lleno de ‘haches’….y este post también. Mecachoendié… *=nunca va a dejar de darme gracia la sigla “Pymes”,…Bah,…capaz que si escucho decir “Pymes” después de “PANES”, me reiría un poco menos… Ay Marinita, Marinita, tan ateíta, ateíta, …no pintó cranear otro nombre para tu plan?
Ah,..y por favor, si alguien de apellido Hache llega a leer esto, que no se me ofenda,..no es nada personal...Ud. Sr./Sra. Hache no tiene la culpa de que su apellido sea feo. Peor es Tellechea, por ejemplo. Ánimo! Además, no existen las personas 'h',...solamente sus actitudes pueden ser 'h' así que no decaiga...

5 comentarios:

elneurotico dijo...

dictados non-stop acostumbran y naturalizan, pero la ache... yo que se. simplemente es un signo dentro de la lengua, con su (no) pronunciación especial.

me gustó mucho cómo comparas la pequeñez de la letra con las causas perdidas andan flotando en el aire. la gente simplemente las agarra y se cuelga de ellas.

a mi todavía me dictaban en filosofía de sexto. imaginate, escribiendo platón y parménides a mil por hora...

Anónimo dijo...

¿Y yo? Cada vez que alguien que no me conoce tiene que escribir mi apellido le tengo que decir: "Laore pero con h entre la a y la o". Debe ser una de mis frases más repetidas y más al cuete, jaja...

Dios, ahora que lo pienso de mi apellido de seis letras tengo dos que no sirven para nada! Ni la "h" ni la "e" que en realidad ni se pronuncia.
Joder.

En fin.
"Cosas h", buena metáfora esa... capaz en algún momento te la pido prestada.

Un beso grande che!

Anónimo dijo...

por H o por B, siempre hay cosas de sobra.

me gustó mucho mucho mucho
yo tampoco tengo el don inspirador hoy ...

besos para ti
:)

f l º dijo...

U(H)(H)!! RAFA! sos vosssss!
jaja es verdad: tu (h)no se llama (H)Oracio y tu apellido tiene una "h" a(h)í de canuto, como quien no quiere la cosa!
ahhhh rafisssss rafisssssss extraño a mis compañeritos vilardevoxxxx.
en breves e-milio...
beso!
ah y voc conmigo tenés crédito para usar y desusar todas pero todas las frases quete plazca mi niña!

Anónimo dijo...

En esos días andaba caviloso, y la mala costumbre de rumiar largo cada cosa se le hacía cuesta arriba pero inevitable. Había estado dándole vueltas al gran asunto, y la incomodidad en que vivía por culpa de la Maga y de Rocamadour lo incitaba a analizar con creciente violencia la encrucijada en que se sentía metido. En esos casos Oliveira agarraba una hoja de papel y escribía las grandes palabras por las que iba resbalando su rumia. Escribía, por ejemplo: "El gran hasunto", o "la hencrucijada". Era suficiente para ponerse a reír y cebar otro mate con más ganas. "La hunidad", hescribía Holiveira. "El hego y el hotro". Usaba las haches como otros la penicilina. Después volvía más despacio al asunto, se sentía mejor. "Lo himportante es no hinflarse", se decía Holiveira. A partir de esos momentos se sentía capaz de pensar sin que las palabras le jugaran sucio. Apenas un progreso metódico porque el gran asunto seguía invulnerable. "Quién te iba a decir, pibe, que acabarías metafísico?", se interpelaba Oliveira. "Hay que resistirse al ropero de tres cuerpos, che, conformate con la mesita de luz del insomnio cotidiano". Ronald había venido a proponerle que lo acompañara en unas confusas actividades políticas, y durante toda la noche (la Maga no había traído todavía a Rocamadour del campo) habían discutido como Arjuna y el Cochero, la acción y la pasividad, las razones de arriesgar el presente por el futuro, la parte de chantaje de toda acción con un fin social, en la medida en que el riesgo corrido sirve por lo menos para paliar la mala conciencia individual, las canallerías personales de todos los días. Ronald había acabado por irse cabizbajo, sin convencer a Oliveira de que era necesario apoyar con la acción a los rebeldes argelinos. El mal gusto en la boca le había durado todo el día a Oliveira, porque había sido más fácil decirle que no a Ronald que a sí mismo. De una sola cosa estaba bastante seguro, y era que no podía renunciar sin traición a la pasiva espera en la que vivía entregado desde su venida a París. Ceder a la generosidad fácil y largarse a pegar carteles clandestinos en las calles le parecía una explicación mundana, un arreglo de cuentas con los amigos que apreciarían su coraje, más que una verdadera respuesta a las grandes preguntas. Midiendo la cosa desde lo temporal y lo absoluto, sentía que erraba en el primer caso y acertaba en el segundo. Hacía mal en no luchar por la independencia argelina, o contra el antisemitismo o el racismo. Hacía bien en negarse al fácil estupefaciente de la acción colectiva y quedarse otra vez solo frente al mate amargo, pensando en el gran asunto, dándole vueltas como un ovillo donde no se ve la punta o donde hay cuatro o cinco puntas.

Estaba bien, sí, pero además había que reconocer que su carácter era como un pie que aplastaba toda dialéctica de la acción al modo de la Bhagavadgita. Entre cebar el mate y que se lo cebara la Maga no había duda posible. Pero todo era escindible y admitía en seguida una interpretación antagónica: a carácter pasivo correspondía una máxima libertad y disponibilidad, la perezosa ausencia de principios y convicciones lo volvía más sensible a la condición axial de la vida (lo que se llama un tipo veleta) capaz de rechazar por haraganería pero a la vez de llenar el hueco dejado por el rechazo con un contenido libremente escogido por una conciencia o un instinto más abiertos, más ecuménicos por decirlo así.

"Más hecuménicos", anotó prudentemente Oliveira.

Además, ¿cuál era la verdadera moral de la acción? Una acción social como la de los sindicalistas se justificaba de sobra en el terreno histórico. Felices los que vivían y dormían en la historia. Una abnegación se justificaba casi siempre como una actitud de raíz religiosa. Felices los que amaban al prójimo como a sí mismos. En todos los casos Oliveira rechazaba esa salida del yo, esa invasión magnánima del redil ajeno, bumerang ontológico destinado a enriquecer en última instancia al que lo soltaba, a darle más humanidad, más santidad. Siempre se es santo, a costa de otro, etc. No tenía nada que objetar a esa acción en sí, pero la apartaba desconfiado de su conducta personal. Sospechaba la traición apenas cediera a los carteles en las calles o a las actividades de carácter social; una traición vestida de trabajo satisfactorio, de alegrías cotidianas, de conciencia satisfecha, de deber cumplido. Conocía de sobra a algunos comunistas de Buenos Aires y de París, capaces de las peores vilezas pero rescatados en su propia opinión por "La lucha", por tener que levantarse a mitad de la cena para correr a una reunión social o completar una tarea. En esas gentes la acción social se parecía demasiado a una coartada, como los hijos suelen ser la coartada de las madres para no hacer nada que valga la pena en esta vida, como la erudición con anteojeras sirve para no enterarse de que en la cárcel de la otra cuadra siguen guillotinando a tipos que no deberían ser guillotinados. La falsa acción era casi siempre la más espectacular, la que desencadenaba el respeto, el prestigio y las hestatuas hecuestres. Fácil de calzar como un par de zapatillas, podía incluso llegar a ser meritoria ("al fin y al cabo estaría tan bien que los argelinos se independizaran y que todos ayudáramos un poco", se decía Oliveira); la traición era de otro orden, era como siempre la renuncia al centro, la instalación en la periferia, la maravillosa alegría de la hermandad con otros hombres embarcados en la misma acción. Allí donde cierto tipo humano podía realizarse como héroe, Oliveira se sabía condenado a la peor de las comedias. Entonces valía más pecar por omisión que por comisión. Ser actor significaba renunciar a la platea, y él parecía nacido para ser espectador en fila uno. "Lo malo", se decía Oliveira, "es que además pretendo ser un espectador activo y ahí empieza la cosa".

Hespectador hactivo. Había que hanalizar despacio el asunto. Por el momento ciertos cuadros, ciertas mujeres, ciertos poemas, le daban una esperanza de alcanzar alguna vez una zona desde donde le fuera posible aceptarse con menos asco y menos desconfianza que por el momento. Tenía la ventaja nada despreciable de que sus peores defectos tendían a servirle en eso que no era un camino sino la búsqueda de un alto previo a todo camino. "Mi fuerza está en mi debilidad", pensó Oliveira. "Las grandes decisiones las he tomado siempre como máscaras de fuga." La mayoría de sus empresas (de sus hempresas) culminaban not with a bang but a whimper; las grandes rupturas, los bang sin vuelta eran mordiscos de rata acorralada y nada más. Lo otro giraba ceremoniosamente, resolviéndose en tiempo o en espacio o en comportamiento, sin violencia, por cansancio -como el fin de sus aventuras sentimentales- o por una lenta retirada como cuando se empieza a visitar cada vez menos a un amigo, leer cada vez menos a un poeta, ir cada vez menos a un café, dosando suavemente la nada para no lastimarse.

"A mí en realidad no me puede suceder ni medio" pensaba Oliveira. "No me va a caer jamás una maceta en el coco". ¿Por qué entonces la inquietud, si no era la manida atracción de los contrarios, la nostalgia de la vocación y la acción? Un análisis de la inquietud, en la medida de lo posible, aludía siempre a una descolocación, a una excentración con respecto a una especie de orden que Oliveira era incapaz de precisar. Se sabía espectador al margen del espectáculo, como estar en un teatro con los ojos vendados; a veces le llegaba el sentido segundo de alguna palabra, de alguna música, llenándolo de ansiedad porque era capaz de intuir que ahí estaba el sentido primero. En esos momentos se sabía más próximo al centro que muchos que vivían convencidos de ser el eje de la rueda, pero la suya era una proximidad inútil, un instante tantálico que ni siquiera adquiría calidad de suplicio. Alguna vez había creído en el amor como enriquecimiento, exaltación de las potencias intercesoras. Un día se dio cuenta de que sus amores eran impuros porque presuponían esa esperanza, mientras que el verdadero amante amaba sin esperar nada fuera del amor, aceptando ciegamente que el día se volviera más azul y la noche más dulce y el tranvía menos incómodo. "Hasta de la sopa hago una operación dialéctica", pensó Oliveira. De sus amantes acababa por hacer amigas, cómplices en una especial contemplación de la circunstancia. Las mujeres empezaban por adorarlo (realmente lo hadoraban), por admirarlo (una hadmiración hilimitada), después algo les había sospechar del vacío, se echaba atrás y él les facilitaba la fuga, les abría la puerta para que se fueran a jugar a otro lado. En dos ocasiones había estado a punto de sentir lástima y dejarles la ilusión de que lo comprendían, pero algo le decía que su lástima no era auténtica, más bien un recurso barato de su egoísmo y su pereza y sus costumbres. "La Piedad está liquidando", se decía Oliveira y las dejaba irse, se olvidaba pronto de ellas.