18 mar 2008

Alta Suciedad

Hace apenas unos días sostuve una charla de esas que se dan contadas ocasiones y que no suelen olvidarse. En la charla, uno de los interlocutores mencionó –fugazmente- un concepto que me pareció brillante. Aquellas palabras -que él había soltado al aire así, muy suelto de cuerpo y que nada tenían que ver con lo medular de muestro diálogo- quedaron rebotando en mi cabeza.
‘Contaminación emocional’. Eso fue lo que dijo.
No fue hasta después de los besos y los típicos ‘no-te-pierdas/te-mando-mensaje’ que empecé a pensar un poco más esas palabras que tan bien habían sonado al pasar, y que mi cerebro había estado rumiando por un par de horitas sin resultado alguno.
Esas dos palabras juntas eran algo.
Y es tal cual... ‘contaminación emocional’; no lo podía haber dicho mejor, ni siquiera queriendo.
Prendés la tele: informativo amarillista, con voces en off tétricas y tomas aún peores de cualquier catástrofe. Y me aferro a la palabra catástrofe porque en los informativos hay que llenar espacio y los espacios no se llenan con hechos, sino con noticias, y las noticias, en este bendito siglo XXI no son tales si no son fuertes. Así, un choque de una Zanella contra una camioneta de reparto en la que viajan el papá y su niño se convierte en un siniestro en el que colapsaron espectacularmente un individuo en un vehículo birodado contra un auto en el que viajaban un adulto junto a su pequeño hijo.
En fin. Decía, prendés la tele, y ahí está. Ponés una película, escuchás una canción, mirás una foto en algún lado y la ves. Abrís el diario, y zácate, otra vez. Te tomás un bondi y está ahí, estoica. Te cruzás con alguien que empieza a contarte algo y ahí está de vuelta, volvés a ver lo mismo... ¿Qué onda? ¿Es que nos fuimos tan, tan a la mierda?
Resulta todo una odisea escaparle a esa sobrepoblación de estímulos que son como un misil teledirigido directamente a nuestro corazón, a nuestro estómago; el circo de las emociones está armado, no al lado, no en frente, sino alrededor nuestro. Y todos y cada uno de nosotros somos parte de él, consciente o inconscientemente.
No hablo de hipocresía ni de demagogia. Resulta absolutamente lógico y previsible el hecho de que se intente defender cada cosa, cada causa, con las armas que creamos más convenientes. Y es sabido que en el amor y en la guerra todo vale...(yo no estoy de acuerdo con esto último, pero es así, pasa). Y la de hoy es una guerra, una guerra de la imagen, en donde cada uno tiene que hacer lo que esté a su alcance por defender sus intereses.
Contaminación visual, sonora, ambiental; exceso de imágenes, exceso de ruido, de música, y de gente que habla, exceso de residuos, de basura, de mugre... excesos en un mundo que vive buscando el orgasmo permanente.
De tanto velar por la diferencia se vuelve exactamente al mismo lugar, al mismo lugar, al mismo lugar. Y es en esa cruzada por destacarse que las emociones se ven en el centro de la madeja.
Parece que todo lo que nos llega –ya sea por los medios o por el boca a boca- está teñido de emociones. Todo viene cubierto por un velo de sentimietos, digerido de antemano.
No podemos prender la radio sin que el conductor del periodístico trate –con la mejor intención de todas, ojo- de hacernos conscientes del horror que se vive en XX, en un tono paternal, sermoneador. No podemos contar algo sin caer en detalles tristes o macabramente curiosos, sin agregarle ese plus de subjetividad emocional. Claro que todo con la mejor intención, ojo y esto va sarcasmo aparte.
No es esto puntualmente lo que me inquieta, y ni siquiera se si ‘inquietar’ es el verbo que estoy buscando... nada, a lo que voy es al bombardeo sentimentaloide del que hablé al inicio, de la plétora de estímulos confeccionados para tocar nuestras fibras más humanas. Todo, o casi todo lo que nos llega nos llega con una parte emocional exacerbada quizás vanamente. Casi todo es mucho, y mucho termina confuindiéndose en la nada.Y la nada tiene –al menos para mi- algo que ver con el hecho de que un tipo se suba al ómibus que me tomé y hable y cuente susdesgracias y yo –sin desmerecer de modo alguno al tipo y pensando que es un horror lo que le pasa- me quedo ahí, impávida, y hasta quizás no le doy una moneda porque no tengo, porque ya di en el bondi anterior, o porque no tengo ganas y punto. Y lo mismo con los de los semáforos, y los que piden por la calle, y los nenitos que recorren los bares por la noche.
Basta. No está bueno que vengan a decirme con qué llorar y con que no, que es una tragedia y que no, a quién ayudar y a quién no. Eso lo decide cada uno. Punto. No va a haber mejores personas por insistir con la cursilería del corazón todo el tiempo, sin criterio. Gente a la que todo le da lo mismo hubo, hay y habrá siempre, y con la sobre genreación de estímulos lo único que se logra es aletargar más a esa ínfima parte de su ser que aún puede ser conmovida.
Hay tanto de lo mismo que es como si no hubiese nada. Hay empalague. Es animal, es humano acostumbrarse al paisaje en el que vivimos y seguir de largo. En términos de mercado, o económico vendría a ser algo así como que hay muchísima más oferta que demanda. Algo así como una crisis del ’29 de las emociones humanas.
Dios, acá la única en crisis soy yo; no puedo haber dicho semejante terrajada... ‘Crisis del ‘29’... Qué hija de puta.